La Graciosa
Llegamos por la madrugada y un amable agente portuario nos dejó amarrar por pena, diciéndonos que en unas horas teníamos que estar fuera porque... hay muchas reservas, hay muuuchas reservas esos días. Así que después de dormir pocas horas nos levantamos mentalizados en ir a capitania los tres, con los ojos brillantes y llorosos, a aguantar la mirada al marinero del puerto para conseguir una noche más. Y cómo le hicimos la pelota al señor sentado detrás de una mesa en una barraca repleta de cosas viejas y de fotos suyas con grandes marinos que habían pasado por el puerto, diós mío! Pues se ve que después de consultarlo bien, tiene un par de amarres libres al menos, hasta el mes que viene. No creo que nuestras caras hiciesen ningún efecto, sinó que el agente portuario del día anterior no tendría muy claros los amarres y, por si acaso y que no le cayera bronca por dejarnos amarrar de noche, nos dijo que nos fuéramos rápido.
Así que en poco rato estábamos montados en bici apunto de ir a descubrir esta pequeña isla. Cómo se nota que llevamos días sin dar más de tres pasos seguidos, parecemos abuelos, pero bueno, almenos el esfuerzo valió la pena.
El capitán en tierra no se mueve tan bien, se intenta aguantar sobre una bici sin mucho éxito y se intenta lanzar al agua cuando la tiene cerca.
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